A estas alturas ya nos damos cuenta de que para que exista una dinámica de poder, debe existir al menos un cierto grado de obediencia. Hemos analizado con Weber cuáles son los modos de legitimación por los que nosotros aceptamos la dominación de otros pero nos queda por hablar del motivo originario, de aquello que subyace bajo todo lo demás: la violencia.
Para hablar de la violencia vamos a acercarnos a Nietzsche, un autor del S.XIX para el que se reproduce a lo largo de la historia lo que el denomina como una moral de esclavos. La moral que subyace bajo la civilización occidental es, desde el punto de vista de Nietzsche, una negación de los valores de la vida. Nuestras instituciones, prácticas culturales y códigos son el reflejo de una narrativa de dominación en la que no solamente obedecemos sino que nos recocijamos en la obediencia. Los valores del sacrifio, la compasión y el amor al prójimo se convertirán en nuestras cadenas. Nietzsche culpará de ello en gran medida a la herencia de la filosofía platónica y al desarrollo del cristianismo en Europa.
Decíamos cuando hablabamos de las formas de legitimación del poder en Weber que la más eficaz de todas ellas era la justificación racional, porque hace que nos convenzamos a nosotros mismos de que la obediencia puede llegar a ser algo beneficioso. La filosofía de Nietzsche, que es anterior a las tesis de Weber, defendería que este modo de razonar constituye una forma de violencia que no es externa, sino que nos autoinflijimos.
En El nacimiento de la tragedia (1871), Nietzsche presenta una dualidad conceptual, la diferencia entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Apolo, el dios griego de la luz, representa la racionalidad, el modelo del mundo y nosotros mismos que proyectamos mentalmente, lo bello, lo perfecto, lo que debería ser. Por otro lado el dios Dionisio, el dios de las bacanales y los excesos, representa la vida misma, el deseo y la satisfacción de los placeres del cuerpo.
La dualidad trágica griega entre lo apolíneo y lo dionisíaco se rompe, según Nietzsche, con la llegada de Sócrates y la filosofía platónica, de la cuál son herencia las formas del pensamiento occidental. El deseo vital que parte del cuerpo es encerrado por las cadenas de la razón. Nuestra voluntad de poder, el principio vital que nos mueve, el impulso por satisfacer nuestros deseos es sometido por las reglas de la razón, de lo que es conveniente o no. De este modo ejercemos racionalmente una violencia contra nuestro propio cuerpo, aplazando los placeres o negándolos, planificando para un futuro que pudiera no llegar, ordenando nuestra vida racionalmente.
De la filosofía de Nietzsche podemos extraer que la violencia que pudiera haber tras todas las formas de dominación que apreciamos en nuestra sociedad hunde sus raíces en la obediencia y que esa obediencia está íntimamente relacionada con una violencia que ejercemos sobre nosotros mismos, a través de las ideas de moralidad en la que hemos sido educados y a través del papel privilegiado que le otorgamos a la razón en nuestra cultura. Ahora bien, ¿qué ocurriría si nos pusiésemos aquel anillo de Giges con el que comenzábamos esta unidad? Para Nietzsche seguramente se revelaría nuestra verdadera naturaleza. Al poder escapar de la visión de los otros, de la moral, de lo que racionalmente consideramos que está bien y mal, nos mostraríamos como realmente somos, seres guiados por una voluntad de poder que había sido negada: una fuerza que nos presenta al mundo, un proceso absolutamente libre de expansión creativa, sin ataduras.
¿Es posible librarnos de nuestras cadenas, sean estas propias o ajenas? ¿Podemos al mismo tiempo guiarnos por nuestra voluntad de poder y vivir en un contexto social minimamente habitable? ¿Debemos dejar de actuar conforme a la razón y escuchar a nuestro cuerpo? La filosofía de Nietzsche dibuja un horizonte en el que el ser humano construye una moral de señores, en la que se respeta por encima de cualquier otra cosa los valores de la vida y la voluntad de poder, el anhelo por satisfacer nuestros deseos. Pero en este contexto en el que cada uno ejerce su libertad de dominio, ¿sería posible imaginar una vida en sociedad?
No encontraremos en la filosofía de Nietzsche una salida a este aparente callejón sin salida. Lo que este filósofo nos quiere hacer ver es que nuestra civilización y nuestro modo de pensar niegan lo que en su opinión es la verdadera naturaleza de la vida: la voluntad de poder. Y que la violencia racional que ejercemos contra nosotros mismos es la fuente del resto de formas de dominación.
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