Existe un misterio en la forma en la que la obra artística se desvela ante nosotros. Lo simbólico adquiere aquí una nueva dimensión: la utilización inevitable de un código (que es algo necesariamente común) para expresar lo absolutamente individual. Lo que el artista quiere decir, el juego de significados en los que se desarrolla el lenguaje del arte y la experiencia estética del espectador se dan la mano en una dinámica difícil de expresar con palabras.
Podemos comenzar preguntándonos por el impulso que nos lleva frente a la obra de arte, por aquello que casi parece una necesidad intrínseca del ser humano. ¿Qué fuerza es la que nos lleva a escuchar música triste cuando estamos tristes? ¿Cómo es posible que una pieza pueda llegar a emocionarnos? La experiencia estética de la obra se define de este modo como algo absolutamente individual: un pensamiento, un sentimiento, una emoción que sólo nosotros podemos vivir.
Sin embargo, la experiencia estética no puede ser pensada sino en el juego de significantes y significados que rodean a la obra. Es este mágico juego de luces y sombras lo que hace brotar la experiencia absolutamente individual y esto puede parecer contradictorio, pues todo arte se expresa en un código, y todo código es necesariamente social.
El significado de algo es su uso en una determinada comunidad lingüística. Wittgenstein demostró que no puede existir un lenguaje privado, ajeno al universo social. El arte juega con lo simbólico, con lo que tiene un determinado significado en una determinada cultura y es capaz de crear una experiencia estética absolutamente individual.
Toda obra de arte debe tener un sentido y el misterio se completa con la tercera de las variables que rodean el juego del lenguaje: la inspiración y el espíritu del artista. El proceso se articula del siguiente modo:
- El artista busca expresarse a través de la obra, le otorga un determinado significado que se aproxime a una experiencia personal individual.
- Necesariamente debe recurrir a un código, a un lenguaje, universo de significados construido socialmente.
- El receptor de la obra construye su propio significado, acudiendo al código, a su propia interpretación de la intención del artista y al background experiencial y emotivo propio.
El arte debe por lo tanto expresarse siempre a través de un lenguaje, de un sistema de símbolos. Jugar con significados y significantes es parte de la experiencia del arte pero no puede dejar de ser algo que roza la contradicción. Porque ni la experiencia absolutamente individual que el artista plasma, ni la recepción de la obra pueden ser resumidos en ningún concepto. Por ejemplo, por mucho que se esfuerce, el poeta enamorado nunca conseguirá a través de las palabras transmitir por completo lo que siente al lector. Esto es así en parte porque la experiencia vital del que recibe la obra también es distinta, pero sobre todo porque las categorías, los conceptos, son comunes, tienen el significado que socialmente les damos. Somos nosotros quienes llenamos las categorías, en parte poniendo un poco de nuestra propia experiencia, haciendo su significado un poquito nuestro.
Uno de los filósofos que más ha escrito sobre la dimensión simbólica de lo estético, desde la perspectiva de una crítica cultural, fue Ernst Cassirer (1874-1945). Este autor defendió que lo específicamente humano es su capacidad simbólica, de la cual la expresión artística es su forma más refinada.
La capacidad simbólica es, según Cassirer, la habilidad para transformar un contenido individual sensible en algo con un valor distinto, universal, sin al mismo tiempo dejar de ser lo que es. Así un billete no deja de ser un trozo de papel, pero tiene un valor añadido mucho más importante: es dinero.
La cultura se constituye de este modo como un universo de lo interpretado, en el que no podemos sustraernos del significado simbólico de lo que nos rodea. No podemos ir más allá. El mito y la religión, el lenguaje, arte, historia y ciencia; se constituyen como las “formas simbólicas” que constituyen el mundo.
El arte es una forma peculiar de lenguaje, pues trata sobre las formas de las cosas, usando símbolos intuitivos:
«En los dos casos existe un acento diferente. El lenguaje y la ciencia son abreviaturas de la realidad; el arte una intensificación de la realidad. El lenguaje y la ciencia dependen del mismo proceso de ‘abstracción’, mientras que el arte se puede describir como un proceso continuo de ‘concreción’. En nuestra descripción científica de un objeto comenzamos con un gran número de observaciones que, a primera vista, no son más que un conglomerado suelto de hechos dispersos; pero, a medida que caminamos, estos fenómenos singulares tienden a adoptar una forma definida y a convertirse en un todo sistemático. (…) El arte no admite este género de simplificación conceptual y de generalización deductiva; no indaga las cualidades o causas de las cosas sino que nos ofrece la intuición de sus formas. Tampoco es esto, en modo alguno, una mera repetición de algo que ya teníamos antes. Es un descubrimiento verdadero y genuino. El artista es un descubridor de las formas de la naturaleza lo mismo que el científico es un descubridor de hechos o de leyes naturales»
CASSIRER, Antropología filosófica, México, FCE, 1975. (Cassirer 1975)
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