La distinción entre Objeto y Sujeto, entre un Yo que conoce y un Mundo que puede ser conocido es uno de los elementos claves de la Filosofía Moderna, que sigue el camino que inicia Descartes.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la sospecha de que Descartes ha hecho trampa a la hora de evitar el problema del solipsismo va dejando lugar a una intuición que cada vez se hace más evidente en Filosofía: la idea de que no podemos salir de nuestras representaciones del mundo para ver cómo éste es en sí, es decir, la idea de que no podemos saber cómo se configura realmente la Realidad.
Kant afirmará que nosotros no conocemos las cosas tal y como son en sí mismas, sino que de las cosas sólo conocemos aquello que ponemos en ellas, no conocemos noúmenos, sino fenómenos. Dicho en otras palabras, ya no es la realidad quien impone sus esquemas a la mente, sino la mente quien impone sus esquemas a la realidad. El mundo, tal y como es en sí, es incognoscible para nosotros. A esta filosofía se la denomina con el nombre de idealismo. En esta inversión del papel que juegan el sujeto y el objeto en el conocimiento radica la llamada "revolución copernicana" de Kant. El entendimiento no es una facultad pasiva, que se limite a recoger los datos procedentes de los objetos, sino que es pura actividad, configuradora de la realidad.
Kant afirmará que existen tanto en la sensibilidad como en el entendimiento unas estructuras trascendentales, que no dependen de la experiencia (por lo tanto son innatas, o como el las denomina: a priori) y que actúan como un "molde" al que se tienen que someter los datos recibidos por la sensibilidad y los conceptos formados por el entendimiento. En consecuencia, tanto la sensibilidad como el entendimiento adquieren, aunque a distinto nivel, un papel configurador de la realidad.
Si analizamos el contenido de cualquier conocimiento, despojándolo de todo elemento procedente del entendimiento, a fin de quedarnos sólo con el conocimiento sensible; y una vez hecho esto analizamos ese conocimiento sensible, despojándolo de todo elemento perteneciente a la sensación, nos quedaremos sólo con la forma del conocimiento sensible. Tendremos entonces la forma pura, o estructura trascendental de la sensibilidad.
En el caso de los objetos que nos representamos como exteriores a nosotros, como una mesa o una casa, por ejemplo, podemos prescindir de cualquier representación sensible (tamaño, forma, color) pero no podemos prescindir de representárnoslo como algo en el espacio. De modo similar, podemos prescindir de todas sus características excepto de representárnoslos en relaciones de tiempo. ¿Qué son entonces el espacio y el tiempo?
El espacio no puede ser una cosa, ya que las cosas existen en el espacio; si lo consideramos como una cosa tendríamos que concebir otro espacio que lo contuviese, y así indefinidamente, lo que resulta absurdo. El espacio tampoco puede ser un concepto empírico, dado que para representarme un objeto debo presuponer de antemano el espacio; por lo tanto, el espacio no puede proceder de la experiencia, sino que la precede.
El espacio sólo puede ser una intuición pura, o estructura trascendental de la sensibilidad. Lo mismo ocurrirá con el tiempo. El tiempo no es un concepto empírico derivado de alguna experiencia y es una representación necesaria que sirve de fundamento a todas las intuiciones.
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