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Descartes y la constitución del Sujeto.


El Yo, tal y como lo conocemos tiene un origen histórico determinado. Surge en la Modernidad (S.XV a XVIII), donde el ser humano se coloca a sí mismo como sujeto que conoce y al Mundo como objeto que puede ser conocido, cuyas leyes pueden ser descubiertas.

El humanismo de la Edad Moderna trae consigo un desarrollo de la ciencia y la cultura sin precedentes tras la oscuridad de la Edad Media. Nuestra civilización europea occidental es hija de este periodo histórico. En Filosofía, podemos afirmar que el nacimiento del Yo que es Sujeto racional que conoce, lo encontramos en la filosofía de Descartes.

Descartes comienza uno de sus textos más famosos, las Meditaciones metafísicas, planteando la complicada situación en la que él personalmente se encuentra respecto al conocimiento en un determinado momento de su vida. Descartes se percata de que, de todo el conocimiento adquirido a través de la experiencia de toda su vida, no existe nada que pueda asegurar con certeza, nada que no pueda ser sometido a duda. Se propone por tanto investigar a fondo la cuestión, a fin de determinar si hay algo verdadero en el mundo o, en caso contrario, al menos poder asegurar que no hay en absoluto ninguna verdad, dándole la razón a los escépticos. El método que se propone aplicar se basará en la duda.

Descartes considera que un conocimiento, para ser tomado como verdadero, ha de poseer la característica de la certeza, que significa la seguridad en la verdad de nuestros conocimientos. Por consiguiente, la menor sombra de duda hará desaparecer esa certeza.

Descartes dedicará la primera de sus Meditaciones Metafísicas a examinar los principales motivos de duda que pueden afectar a todos sus conocimientos:

Los sentidos se nos presenta como la primera de nuestras formas de conocer. Ahora bien, Descartes argumentará que muchas veces parece que nuestros sentidos nos engañan, como cuando introduzco un palo en el agua y parece quebrado, o cuando una torre me parece redonda en la lejanía y al acercarme observo que era cuadrada, y situaciones semejantes. No es prudente fiarse de quien nos ha engañado en alguna ocasión, por lo que será necesario someter a duda y, por lo tanto, poner en suspenso todos los conocimientos que derivan de los sentidos.

Podría parecer exagerado dudar de todo lo que percibo por los sentidos, ya que parece evidente que me ubico en un determinado espacio y tiempo y podemos decir lo mismo de otras afirmaciones similares. Pero para Descartes esta seguridad en los datos sensibles inmediatos también puede ser puesta en duda, dado que ni siquiera podemos distinguir con claridad la vigilia del sueño, (lo que nos ocurre cuando creemos estar despiertos o cuando estamos dormidos). ¿Cuántas veces he soñado situaciones muy reales que, al despertarme, he comprendido que eran un sueño?. Esta incapacidad de distinguir el sueño de la vigilia, ha de conducirnos no sólo a extender la duda a todo lo sensible, sino también al ámbito de mis pensamientos.

Aun así, parece haber ciertos conocimientos de los que razonablemente no puedo dudar, como los conocimientos matemáticos. Sin embargo Descartes plantea la posibilidad de que el mismo Dios que me he creado me haya podido crear de tal manera que cuando juzgo que 2+2 = 4 me esté equivocando; de hecho permite que a veces me equivoque, por lo que podría permitir que me equivocara siempre, incluso cuando juzgo de verdades tan "evidentes" como la verdades matemáticas. En ese caso todos mis conocimientos serían dudosos y, por lo tanto, según el criterio establecido, deberían ser considerados todos falsos.

Descartes se da cuenta, sin embargo, de que para ser engañado ha de existir necesariamente, por lo que percibe que la siguiente proposición: "pienso luego existo", ("cogito, sum"), ha de ser cierta, al menos mientras esté pensando. Esa proposición supera todos los motivos de duda: incluso en la hipótesis de la existencia de un genio malvado que haga que siempre me equivoque, pues es necesario que, para que me equivoque, exista.

Una vez descubierta esa primera verdad, Descartes se propondrá reconstruir sobre ella el edificio del saber y, al modo en que operan los matemáticos, por deducción, tratará de extraer todas las consecuencias que se siguen de ella. Sin embargo se encontrará con un problema: el conocido problema del solipsismo. ¿Cómo deducir  de esa única verdad todos los conocimientos que he puesto anteriormente en suspenso por su posible falibilidad? Los argumentos escépticos que Descartes utiliza en su primera meditación no han perdido su fuerza. El problema del solipsismo consiste en este contexto en no poder ir más allá de poder justificar la propia existencia, el Yo.

Para resolver el problema del solipsismo Descartes va a tener que acudir necesariamente a la idea de Dios. Pero para ello distinguirá antes entre tres tipos de ideas: unas que parecen proceder del exterior a mí, a las que llama "ideas adventicias"; otras que parecen haber sido producidas por mí, a las que llamará "ideas facticias"; y otras, por fin, que no parecen proceder del exterior ni haber sido producidas por mí, a las que llamará "ideas innatas".  Argumentando que las ideas de infinito y perfección no pueden haber sido causadas por mí, un ser finito e imperfecto, concluirá que solo pueden haber sido causadas por un ser proporcionado a ellas. De este modo Descartes demuestra la existencia de Dios.

Una vez demostrada la existencia de Dios, dado que Dios no puede ser imperfecto, se elimina la posibilidad de que me haya creado de tal manera que siempre me engañe, así como la posibilidad de que permita a un genio malvado engañarme constantemente, por lo que los motivos aducidos para dudar tanto de la verdades matemáticas y en general de todo lo inteligible como de la verdades que parecen derivar de los sentidos, quedan eliminados. Puedo creer por lo tanto en la existencia del mundo, es decir, en la existencia de una realidad externa mí, con la misma certeza con la que se que es verdadera la proposición "pienso, existo".

La salida que plantea Descartes al problema del solipsismo es cuanto menos polémica. Lo que debería importarnos aquí es que su filosofía inaugura la diferencia fundamental entre dos esferas: la del Yo que piensa, y cuya naturaleza que le es propia es el pensamiento y la del Mundo, que es conocido y cuya característica fundamental es la extensión. El ser humano se constituye como sujeto que conoce y el Universo como aquello cuyas leyes pueden ser descubiertas.

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