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Habermas y la razón comunicativa


Jurgen Habermas (1929-) es uno de los filósofos más reconocidos de nuestro tiempo, con una gran influencia en Alemania y una amplia experiencia en el terreno de la filosofía política, la ética y la filosofía del derecho. Su obra se inscribe dentro de la segunda generación de la Teoría crítica, una de las escuelas de pensamiento más relevantes del siglo XX, ligada íntimamente con el Instituto de Investigación Social de Fráncfort.

Una de las grandes aportaciones de Habermas a la filosofía actual es el concepto de razón comunicativa. Con él abre una puerta ante el callejón sin salida al que parecían habernos conducidos los autores de la primera generación de la Escuela de Fráncfort: Adorno y Horkheimer.

La idea de que existe una dimensión comunicativa de la razón surge a partir del concepto de razón instrumental, que desarrolla en un primer momento la filosofía de Weber y que llevan a su máxima expresión Adorno y Horkheimer.

Weber (1864-1920) afirmó que, a finales del S.XIX y principios del S.XX, la civilización occidental había conseguido alcanzar uno de los ideales de la Ilustración: el desencantamiento del mundo. Todos los misterios han sido desvelados por la ciencia y el criterio que rige todo lo que tiene que ver con la organización social y política es el de lo racional. La burocratización de las instituciones, el desarrollo de las democracias y el triunfo del capitalismo tienen que ver para Weber con este criterio diferenciador. ¿Qué puede significar entonces que algo es racional?

La característica fundamental de la Razón para Weber es su dimensión instrumental. Decimos que un acto es racional cuando utilizamos los medios adecuados para satisfacer un determinado fin. El criterio de eficacia es lo que determina la racionalidad de un acto. Es por ello por lo que se produce la burocratización de las Instituciones y la búsqueda de métodos que simplifiquen al máximo los procesos de producción. La búsqueda del modelo más eficaz posible es lo mismo que la racionalidad. Este ha sido el motor de la civilización occidental desde el desarrollo de la Ilustración hasta el triunfo del capitalismo y, según Adorno y Horkheimer, el ascenso de los totalitarismos.

Weber muere en 1920 y van a ser los filósofos de la Escuela de Fráncfort, Adorno y Horkheimer, quienes recojan el concepto de razón instrumental y lo relacionen con la barbarie que va a asolar Europa, con el ascenso del nazismo y el paradigma del campo de concentración.

Si entendemos la racionalidad como algo exclusivamente instrumental, desaparece el ideal ilustrado de buscar el conocimiento por el conocimiento, la noción romántica de entender la ciencia como una mera estimulación de la curiosidad humana. El conocimiento es conocimiento si lo es de una realidad. Siempre que se hace ciencia es “para algo”, es la utilidad de lo que se descubre lo que motiva la investigación.

La Modernidad y la Ilustración, según Adorno y Horkheimer, traen consigo la idea de un sujeto que conoce, que hace ciencia, y eso trae consigo la idea de un objeto que es conocido. El ser humano ha instrumentalizado por completo el mundo, todo aquello que cae en el lado del objeto se ha convertido en una herramienta para satisfacer las necesidades humanas. El medio natural es sometido a través de la ciencia y la tecnología.

La última frontera, el último objeto que va a analizar el sujeto que conoce es el ser humano. Eso es lo que ocurre para Adorno y Horkheimer en el sistema capitalista, donde el sujeto que era el ser humano se convierte en consumidor, en el objeto de lo que ahora llamamos el Sistema. El sujeto se ha diluido en la idea de Sistema, que analiza los patrones de conducta de los seres humanos siguiendo un criterio de eficacia, objetivizándolo, convirtiéndolo en objeto de estudio. El campo de concentración es, para estos autores, el último salto de esa pesadilla en la que se ha convertido el sueño ilustrado: el lugar donde el ser humano es desprovisto de toda humanidad y reducido al número, a la estadística.

Si la razón, según estos autores, nos ha conducido a Auschwitz, ¿cómo podemos salir de este callejón sin salida? La filosofía de la primera Escuela de Fráncfort es necesariamente pesimista. La idea de que la única dimensión de la razón es la instrumental va a ser desafiada por muchos, pero la crítica que aquí nos ocupa nos conduce a la teoría de la razón comunicativa de Jürgen Habermas, el heredero teórico de Adorno.

Habermas va a desafiar la idea del criterio de eficiencia a la hora de determinar si un acto es racional o no. Para este autor, la instrumental es tan sólo una de las dimensiones de la razón. La existencia del lenguaje es la prueba definitiva de que al menos existe otra forma de racionalidad: la comunicativa.

Habermas es un estudioso del lenguaje y el lenguaje es un tipo de acción. Siempre puede ser entendido desde un punto de vista medios-fines, tal y como haríamos en el paradigma de la razón instrumental. Sin embargo, el acuerdo originario (porque el lenguaje es el primero de los acuerdos sociales) no está inspirado en ningún fin más allá de la voluntad de llegar a un acuerdo, de ser entendido. Este es según Habermas el espíritu con el que acordamos socialmente el significado de las palabras, a través de un proceso que no podríamos llamar sino racional, pero que desde luego no es instrumental.

La posibilidad de que exista algo más allá de la dimensión instrumental de la razón abre la puerta a que podamos alcanzar acuerdos racionales que van más allá de los fines que nos fijemos. El horizonte que dibuja Habermas nos permite escapar de la instrumentalización de todas las relaciones humanas, basándose en una especie de “buena voluntad” que nos empuja a alcanzar acuerdos del mismo tipo que aquellos que fundamentan el lenguaje.

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