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El contraste entre el primer y el segundo Wittgenstein


La teoría figurativa del lenguaje del primer Wittgenstein.

La cuestión de la referencia a la hora de determinar el significado va a seguir siendo un problema hasta la filosofía de Wittgenstein.

Wittgenstein (1889-1951) marca un antes y un después en la filosofía del lenguaje y es considerado uno de los filósofos más importantes de nuestro tiempo. En su obra se encuentra el punto y final a un modo de interpretar el lenguaje y la apertura hacia una nueva forma de pensar el significado.

En su primera etapa, Wittgenstein determina que el lenguaje funciona de forma figurativa. El mundo se configura como el conjunto de los hechos, de lo que sucede dentro del espacio lógico, que es el horizonte de todo lo posible.

Los objetos se combinan en estados de cosas que pueden darse o no darse. Los estados de cosas que se dan se convierten en hechos positivos y los que no se dan en hechos negativos. Del mismo modo que un cuadro puede representar fielmente o no la realidad, el lenguaje, como representación, puede describir todos los hechos posibles, se den o no en el espacio lógico.

Lo curioso de las representaciones, como ocurre en las pictóricas, es que debe haber algo que tengan en común lo representado con la representación. En el caso de un cuadro, por ejemplo, o de un mapa, la disposición espacial de los objetos debe ser la misma tanto en la obra como en la realidad para que pueda entenderse como representación.

Toda representación debe compartir un mínimo con aquello que representa, ese mínimo es la forma lógica, que se constituye como una relación interna entre la proposición y los posibles estados de cosas. El problema es que no podemos ir más allá de señalar esa relación. No podemos salir del lenguaje para ver qué hay más allá. De este modo la filosofía se conduce a sí misma hacia un callejón sin salida.

Wittgenstein finalizará su Tractatus logico-philosophicus (1921), el libro que define su primera etapa, con su famosa proposición séptima: Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio. Esta sentencia deja un escaso margen de maniobra para la filosofía. Los límites del lenguaje se convierten así en los límites del mundo y la tarea del filósofo se reducirá, dentro de sus posibilidades, en establecer qué proposiciones corresponden a hechos positivos y por lo tanto son verdaderas y a limpiar el lenguaje natural de sus imprecisiones.

El segundo Wittgenstein y el giro de la filosofía del lenguaje.

Resulta que aquello de lo que en teoría no se podía hablar es lo más interesante desde el punto de vista de la filosofía. Wittgenstein, en su segunda etapa, realizará un giro radical que cambiará la filosofía del lenguaje para siempre, negando las tesis que él mismo había defendido en el Tractatus.

En sus Investigaciones filosóficas (1953), publicadas a título póstumo, Wittgenstein determina que sus análisis anteriores refieren a una esfera muy limitada del lenguaje y que el lenguaje es algo más.

En este texto, Wittgenstein postulará su célebre argumento contra el lenguaje privado, demostrando que es imposible pensar un lenguaje sin una comunidad de hablantes. Determinará por lo tanto, que aquello sobre lo que la filosofía tanto se ha preocupado: el significado; no es más que el uso social que tiene una expresión lingüística.

El significado, por lo tanto, se construye socialmente y aprender una lengua se transforma en aprender las situaciones en las que debemos emplear las palabras. Utilizar el lenguaje se convierte en aprender a seguir una serie de reglas. El significado, por lo tanto es algo normativo.

De esta forma se desliga finalmente la cuestión del significado de la referencia. Si queremos ser comprendidos, si deseamos hablar con sentido, tenemos que ceñirnos a una serie de reglas, aquellas que hemos aprendido desde muy pequeños. Esto abre la puerta a jugar con el significado, a que estos puedan cambiar con el tiempo si cambian las circunstancias que les rodea.

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